Era un púber. Seis semanas me tomó escribir esa carta, desde mi sentir
más íntimo; dos semanas más, decidirme a que te llegara la carta, de la forma más
romántica y sorpresiva posible. Al día de hoy, son 19 años que no me olvido de
ella. No me olvido de ella por lo humillado que me sentí cuando leyeron esa carta delante de todo el grupo, y ella, estaba riéndose a carcajadas, con ellos, sin siquiera mirarme con esa intención de "me-río-porque-no-tengo-los-ovarios-para-respetar-lo-que-sentís-por-mí-y-no-hacer-lo-mismo-que-hace-todo-el-curso". Al contrario, te reíste, ¿de mi incapacidad para decírtelo de
otra manera? Todavía no lo entiendo y me duele. Ni siquiera esbozaste un "A mí no
me pasa lo mismo". A partir de ahí, se grabó en tu cara, y en la de
los demás, esa mueca que dice: "¡Mirá a ese tonto!, ¿cómo te va
a escribir algo tan ridículo para decirte lo que siente?". Y después
se tapaban la boca, cubriendo la macabra risita difícil de aguantar, al recordar lo ridículo que aconteció esa mañana de octavo grado. Seguro que hasta
para vos es vergonzoso acordarte. ¿Qué loco, no? Que después de eso el spotlight
de los winners apuntara hacia vos. A veces me consuela el hecho de que se te hayan abierto las puertas que antes la
vergüenza no permitía que abrieras. Por que todavía peleo contra eso. También me consuela que te diera confianza
para actuar como líder.
Hoy, mirándolo de lejos, me costó un ridículo, pero supiste lo que sentía por vos, desde lo más íntimo. Fue difícil pero conseguí, parcialmente, lo que quería.
De éste lado del río, a partir de ahí, me costó mucho más expresar lo que sentía, la pared se hizo más alta y los ladrillos se apilaban más rápido de lo que yo trepaba.
Hace unos años te volví a ver en el tren. Te sentaste frente mío. No me reconociste. Es que no pude hablar. Otra vez.
Pero todo trabajo arduo en la vida tiene sus réditos, recién estoy entendiendo, un poco, los riesgos que conlleva expresar una intimidad. Arranquemos por lo superficial y vayamos ahondando, que hasta -quizás- es más divertido.
Hoy, mirándolo de lejos, me costó un ridículo, pero supiste lo que sentía por vos, desde lo más íntimo. Fue difícil pero conseguí, parcialmente, lo que quería.
De éste lado del río, a partir de ahí, me costó mucho más expresar lo que sentía, la pared se hizo más alta y los ladrillos se apilaban más rápido de lo que yo trepaba.
Hace unos años te volví a ver en el tren. Te sentaste frente mío. No me reconociste. Es que no pude hablar. Otra vez.
Pero todo trabajo arduo en la vida tiene sus réditos, recién estoy entendiendo, un poco, los riesgos que conlleva expresar una intimidad. Arranquemos por lo superficial y vayamos ahondando, que hasta -quizás- es más divertido.